viernes, 30 de marzo de 2012

"No hay tiempo para libros: Nadie a salvo" - David González


David González no necesita presentación: ni prólogos, ni introducciones. Sus poemas son siempre mucho más claros y directos de lo que ningún texto con ese propósito pueda serlo jamás: son directos, crudos, desnudos, feroces, crueles cuando es necesario, tiernos en ocasiones, técnicamente encomiables, limpios. Sinceros.

El poeta asturiano utiliza la poesía como género para expresar su verdad, a través de vivencias y pensamientos. Muchos podrán imitarle pero su estilo fresco y puro es muy difícil de lograr. Ocurre que David tiene una personalidad propia, que resulta obvio que no es sólo fachada: no imita a nadie, no necesita eso para crearse un personaje a través del cual dar una imagen falsa, como le ocurre a muchos otros. Su estilo llega al lector de esa forma tan poderosa precisamente porque es auténtico y puro.

Este poemario analiza los mismos temas que aparecen sin cesar a lo largo de toda la obra poética de David: los mismos temas que han marcado su vida. A saber: la violencia, la calle, las drogas, la cárcel, la pobreza, la humildad y la propia poesía como vía de escape a todo eso.

Por último, hay otra cosa que me hace pensar que este libro es brillante y redondo: al final de cada poema, hay una frase, una cita siempre muy breve, procedente de otros libros y canciones, que de alguna manera continúan el poema al tratar el mismo tema que éste: estas citas nos dan también pistas acerca de las influencias externas del poeta, ofrecen una vuelta más de tuerca a la idea inicial del poema y resultan enormemente enriquecedoras.


el salto

en saltar de un tejado

a otro:

en eso consistía la apuesta:

en saltar de un tejado

a otro:

del tejado podre de una fábrica
de escamas y esqueletos de pez al

tejado impecable del mesón del chino:

era un tejado a dos vertientes:
sobre el caballete, en fila india:
alfonso, el hijo del de la imprenta:
pedro, el de la calle atocha:
rufino, el hermano del rata:
horacio, en el saliente:
y yo: el más pequeño de todos:

era un salto gutural: generacional:
desde una altura considerable además:
suficiente como para romperse la crisma
y dejar la vida contra los cristales de botellas ro
tas:
clavos con tétanos: y astillas de las tablas
que medraban, como la mala hierba,
en los adoquines del callejón que discurría
entre la fábrica y el mesón:
alfonso y pedro se echaron atrás:
dicho de otro modo: les entró la cagalera:

horacio, rufino y yo saltamos:

alfonso tiene mujer y dos hijos:
pedro también: mujer y dos hijos:

horacio saltó del caballete

al caballo

y la palmó de sobredosis hace siglos:
cuando yo apenas empezaba a drogarme:

luego de pegarle el tirón al bolso,
rufino saltó por encima de la anciana,
a la que hizo caer por las escaleras:
el ataúd ya la esperaba abajo: en el portal:

la última vez que coincidí con él,
en la segunda galería de la cárcel provincial,
hace de esto veintitrés, veinticuatro años,
aún estaba pagando por aquella muerte:

lo que trato de explicarte es lo siguiente:

aunque entonces no fuésemos conscientes de ello:
horacio, rufino y yo: los tres que saltamos,
calculamos mal la distancia y nos precipitamos
al vacío:



la caída libre
es caer, pero al menos es libre:
margaret atwood



sal

Musa pone copas
7 días a la semana
en la sal:
desde las 02.00 h
hasta el cierre:
a eso de las 12.00 h:

y no tiene nada:

david escribe poemas
7 días a la semana
en su escritorio:
desde las 06.00 h
hasta el cierre:
a eso de las 21.00 h:

y no tiene nada tampoco:

aparte de deudas:
Musa & david
no tienen nada de nada:

ni casa propia:
ni coche:
ni hijos:
ni tarjetas de crédito:
ni vacaciones:

en realidad:
y esto es lo más jodido:
Musa & david
ni tan siquiera
se tienen ya

el uno

al otro:


¿acaso nos figurábamos hace años que
nos convertiríamos en esto:
djuna barnes

jueves, 22 de marzo de 2012

Madrid, viernes, 23 de marzo.


A las 20.00h en el Vota Café, al lado de la parada de metro de Alonso Martinez.
Con la presencia de los autores de los libros, no se lo pierdan.

lunes, 19 de marzo de 2012

AGUA


De frente, una inmensidad de agua inabarcable. Al fondo, sólo oscuridad, cielo y mar unidos, sin estrellas. La luna dirigiendo la marea. Las olas, salvajes, estallan en las rocas, se convierten en espuma blanca. Ese sonido.
Llueve, agua desde el cielo.
Agua también entre los labios.


Agua en los pulmones.
(gracias),
MAR.

jueves, 8 de marzo de 2012

SOLSTICIO DE INVIERNO


Mi ropa irradia
un resplandor azul.
Solsticio de invierno.
Tintineantes panderetas de hielo.
Cierro los ojos.
Hay un mundo sordo,
hay una grieta
por la que los muertos
traspasan la frontera.

"El cielo a medio hacer", Tomas Tranströmer
Nórdica, 2010




lunes, 5 de marzo de 2012

"La invención de Hugo Cabret" - Brian Selznick


"La invención de Hugo Cabret" es una novela juvenil con una presentación formal muy original y llamativa. Ante todo, es una novela que homenajea al cine, en concreto a uno de los primeros cineastas, Georges Mèliés, quien desde el principio se enamoró del cinematógrafo creado por los hermanos Lumière. Construyó su propia cámara y lo dejó todo para hacer pruebas con ella. Realizó cientos de películas y creó la técnica de intercalar fotogramas para dar la misma impresión que los trucos de magia realizados en directo. Pintaba a mano los rollos de película para proyectar imágenes en color, y protagonizó escenas cargadas de fantasía que ya forman parte del imaginario mundial.


En la película de Scorsese que se basa en esta historia, "La invención de Hugo", son preciosas las imágenes en las que recrean esas escenas fantásticas y delirantes de las películas de Mèliés, en una vuelta de tuerca cinematográfica divertida y tierna. Sirven para ilustrar los métodos caseros y toscos (pero efectivos) que se utilizaban para crear las ilusiones en la pantalla grande, cuando todavía no existían ninguno de los mecanismos actuales.

El libro es una mezcla de novela juvenil clásica y novela gráfica, puesto que el texto intercala multitud de imágenes (dibujos hechos a lápiz, obra del propio Brian Selznick) que en algunos momentos sustituyen al texto, creando secuencias de imágenes que son escenas completas sin texto. También aparecen entre las páginas escenas reales de películas clásicas. Por todo ello, parece que el libro fue escrito con la esperanza, o con el sueño, de ser filmado alguna vez. Al menos, ese formato, añadido a la historia que cuenta, favorece aún más la idea de homenaje al cine que comentaba al principio.


Al pasar las páginas, las imágenes se ponen en movimiento, y las escenas se imaginan con efectos especiales. No es de extrañar que Scorsese haya querido cambiar tan bruscamente de registro para homenajear a su medio de una forma tan bonita: ya desde las primeras páginas del libro el lector se sitúa dentro de la sala oscura de un cine, sentado en la butaca y con el proyector empezando a funcionar: es una historia perfecta para mostrar al público su profundo amor hacia el cine.

La película tiene una estética ligeramente steam-punk, debido a la época en la que se ambienta y la profusión de escenas con relojes, maquinaria y engranajes. En relación al libro, como siempre hay ligeros cambios, pero nada desconcierta y la película fluye a la perfección. Por ejemplo, hay algunos personajes más desarrollados que en el libro, algunas escenas no están basadas en él y otras que en el libro me parecieron absolutamente visuales e imprescindibles, no aparecen. Destaca la primera escena, en la que unos engranajes que giran suavemente se convierten, como por arte de magia, en las calles de París nocturna e iluminada. También son inolvidables las panorámicas de la ciudad que se ven desde lo alto de la torre del reloj de la estación de ferrocarril, donde el niño protagonista lleva a su amiga. Los tejados, las calles, el cielo, parecen pintados, irreales. En cuanto a los actores, para mi gusto el niño protagonista pasa sorprendentemente desapercibido (la niña sin embargo actúa mucho mejor, y también posee mucho más encanto). El actor que interpreta a Georges Mèliés está muy bien (y posee un increíble parecido con el cineasta). Pero lo que me encantó fue ver a Jude Law interpretando al padre del niño, a pesar de ser un papel corto y, por supuesto, la aparición estelar de Christopher Lee como librero, nada menos. 

No lo sabía y me sorprendió y me encantó a partes iguales. A pesar de ser ya nonagenario, posee una presencia impresionante ante la cámara y en el papel de librero antiguo sigue pareciendo un mago, sentado en  un escritorio elevado que se me antoja un trono. El hecho de que ayude a los niños a desvelar el misterio en torno al cual gira la trama, diciéndoles en qué lugar exacto de la biblioteca pueden encontrar el libro que les dará la clave, hace que se incremente todavía más la magia que envuelve a esta preciosa historia. 


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